Piden ustedes en las instrucciones para enviar
manuscritos que a nuestros datos adjuntemos un resumen del libro. Las
instrucciones estaban claras -pude seguirlas sin problemas-, pero he de
decirles que el resumen que esas instrucciones piden lleva más tiempo que el
montaje de una escalera o de cualquier otro artefacto. En fin, encontrarán mis
datos en la tapa superior del manuscrito y tienen frente a ustedes el resumen
que pedían. Por detrás dejé escritas otras cosas.
Cosa difícil un resumen, supongo que son
conscientes de ello. Decirles que intenté unos cuantos. Empecé varias veces
pero solo me salían redacciones o cuentos, con sus explicaciones blandas y sus
caminitos para huir del lobo. Andaba muy entretenido y encallado en esto,
llenando y llenando de palabras los principios de resúmenes fracasados, cuando
se me ocurrió preguntarme ¿por qué querrán estos señores saber con antelación
lo que ocurre en la novela? Es como intentar describir un ciempiés, pensé,
conocedor como soy de la extrañeza que me causa lo que he leído después de
haberlo escrito. ¿Tan pronto quieren saber? ¿Qué prisa es esta? Ellos, me dije
muy luego imaginando que eran ustedes gente seria, quieren conocer con
antelación si la cosa va de indios o de vaqueros, de amor, comedia o drama, y
sobre todo si esa cosa viste con un mínimo de decencia y puede pasearse por el
mundo. Y esto es comprensible, me dije también, a mí tampoco me gusta ver en la
playa cualquier cosa desnuda.
Pero, me pregunté retomando ese mal humor,
¿quieren información para que antes de comenzar puedan hacerse una idea y
decidir que no vale la pena leerla?, y aún más, ¿han ideado esas instrucciones
para que nos liemos en alguna clase de trampa? ¿Tan pronto esperan una
rendición? Porque si es esto lo que desean, si esperan que comprima en una o
dos páginas lo que sucede en la novela, tendré que decirles que eso que va a
ser imposible, no sé si lo que he leído cabe en tan pocas líneas. Probablemente
si me pusiera a contarles la experiencia me pondría de nuevo a escribirla y ya
puede entenderse lo absurdo que sería enviarles otro manuscrito como el que
acompaña a esta hoja. Manuscrito que habría que resumir también para que se
animaran a leerlo, y así hasta que se nos hicieran las siete.
No sé lo que ocurre en la novela. Esto es así. Se
me desmandó y aún no encontré la manera de hacerla volver. Que el farero viva
ocupado con los automatismos del faro y rodeado, tan tranquilo, de todos esos
seres que él ha construido, no basta para hacerse una idea de la cosa. Que un
día decida salir del faro para emprender un viaje hacia el sur es algo que las
aves hacen todos los inviernos y no merecen por ello titulares urgentes en los
periódicos. Que los humanos y sus criaturas conviven en el mismo tiempo y en
parejo espacio es algo sabido desde el futuro que describió Blade Runner. Y en
fin, ¿qué gracia tiene que escritores, muñecos o autómatas sean personajes de
una novela?, al fin y al cabo todos somos gente, personajes que vestimos
disfraces.
Todo es muy confuso y el resumen se diluye en
descripciones de descripciones. Intento explicarlo y se me desparrama la cosa
como una bolsa de canicas sobre el parquet, con su cosquilleo de cosa familiar
y ominosa. Me agacho y recojo algunas. Escribo que lo hago, entiéndanme. Aquí
la muchacha, la que aparece sorpresivamente en el faro, irrumpiendo con su luz
extranjera en el orden oscuro de los automatismos. Allí Pavese, el farero, que
no sabe que las marionetas y los autómatas que construye son piezas sueltas de
una realidad estallada. Aquí un niño pelirrojo que responde al nombre de Marte;
ha nacido en el faro, cree que el mundo está siempre junto al mar e imagina ser
un autómata, como todos los otros. A su lado el Pepo, álter ego de Marte, un
muñeco que arrastra la sombra de un niño que no llegó a crecer. Más allá un par
de cuatreros y al lado otros humanos con los que la muchacha extranjera también
va a ajustar sus cuentas. Quedan algunas aún por recoger, vi a un par de canicas
escabullirse debajo del sofá, otras dos pararse tras la alacena y una que llegó
hasta el estudio al fondo del pasillo y que debe tener la puerta abierta.
Escuché cómo golpeaba en la pata del escritorio y protestaba diciendo "¡no
llegué hasta aquí para parecerme a nadie!".
Encontrarán un tren en la novela. Un tren que
recorre todas las páginas, del principio hasta el final. Un tren al que pueden
subirse si quieren. Yo estuve él, en eso les tengo ventaja, y no descarrila ni
ocasiona explosión alguna, quizás algún disgusto, eso no puede esconderse. Pero
un disgusto para otros, no para los viajeros que no se enteran de lo que ocurre
afuera y que, como ustedes, están cómodamente sentados leyendo en su butaca.
Encontrarán una furgoneta también, que al autor le gustó mucho cuando la vio y
por eso la puso, y a Lee Marvin, y al Capitán Nemo y un olivo abandonado en una
playa y algunas cuantas cosas más que si se animan verán aparecer por la
ventana en sucesión variopinta.
Si con esto no les convencí para que se decidan a
leer la novela, sorprenderlos diciéndoles que todo acaba bien, que el libro
tiene un final. Los automatismos a pesar de todo están engrasados y aunque a
regañadientes, encajan los unos en los otros. Tan solo una última
frase para inconsistir el orden con el que parece quería acabar este resumen: los hilos no sostienen la marioneta, es ella que los estira.
(No es gran cosa, es cierto, pero peor sería
dejar la cosa ahí, en resumen, y acabar sin intentar una última voltereta)
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